El 19 de marzo de 2014, en un encuentro científico sobre la búsqueda de vida extraterrestre celebrado en Tucson (EE. UU.), el investigador de la NASA Tom Barclay
presentó el primer exoplaneta de tamaño similar a la Tierra situado a
una distancia de su estrella que permitiría la vida; ni demasiado lejos
ni demasiado cerca, en esa franja templada que los investigadores
denominan “zona Ricitos de Oro”, en alusión a la niña del cuento que no
quería su sopa ni caliente ni fría. Aunque Kepler-186f, a unos 500 años
luz de nosotros, fue incorrectamente bautizado por los medios como un
gemelo de la Tierra (su estrella es una enana roja, muy diferente del
Sol), el anuncio fue acogido como la primera posibilidad real de haber hallado un nicho para la vida más allá del Sistema Solar. Un mes después, los detalles de Kepler-186f se publicaban por todo lo alto en la revista Science.
(Representación artística de Kepler-186f. Imagen de NASA Ames/SETI Institute/JPL-Caltech.)
Pero ¿realmente puede existir vida en Kepler-186f? Una astrofísica opina que sí. O que, al menos, las posibilidades de que aquel planeta esté habitado por seres inteligentes son de un nada desdeñable 50,3%.
(Comparación del sistema Kepler-186 y el Sistema Solar 17 de abril de 2014)
Esta es la historia. Tras el hallazgo de Kepler-186f, los investigadores del Instituto de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI) dirigieron las antenas de su matriz de telescopios Allen
(ATA) hacia esa coordenada del cielo, en busca de alguna señal de radio
que pudiera delatar la existencia de una civilización tecnológica. Los
científicos, dirigidos por el astrónomo jefe del Instituto SETI, Seth
Shostak, rastrearon un intervalo de frecuencias entre 1 y 10
gigahercios, en la banda alta del dial de la radio. “Hasta ahora no ha habido suerte, aunque seguiremos buscando”, escribía Shostak en un artículo publicado entonces.
Pero no todos piensan que la búsqueda fue infructuosa.
La astrofísica Hontas Farmer, profesora asociada de los City Colleges
of Chicago y del College of DuPage, lleva años participando en la
iniciativa de colaboración SETILive,
que permite la participación de voluntarios en la observación y el
análisis de los datos. Farmer estuvo observando los gráficos del ATA
llamados “de cascada” obtenidos durante el rastreo de Kepler-186f. En
este tipo de gráficos, el eje horizontal representa la gama de
frecuencias, mientras que el vertical corresponde al tiempo, de modo que
cada píxel es un segundo. Cuando hay una señal, aparece un punto
destacado sobre el fondo, más claro a mayor intensidad. En apariencia y
para un ojo no entrenado, un gráfico de cascada solo muestra nieve como
la de los antiguos televisores, pero un patrón de puntos en una línea
vertical o ligeramente diagonal podría revelar una señal artificialmente
creada. Los algoritmos del SETI analizan las imágenes, pero los
investigadores cuentan también con el escrutinio humano como ayuda.
Cuando Farmer se topó con un gráfico obtenido el 12 de abril de 2014,
observó un ligero, casi imperceptible patrón de líneas verticales. Según escribió la astrofísica en su blog,
es una señal muy “ruidosa y degradada”, como sería de esperar en una
red de satélites orbitando un planeta. Pero no dudó en afirmar: “Esos datos tienen exactamente el aspecto que yo esperaría de una señal extraterrestre”.
Este mes, Farmer ha actualizado sus observaciones aplicando filtros que
reducen el ruido y que en su opinión sostienen su hipótesis, ya que
parecen mostrar breves cadenas de píxeles que podrían corresponder a
brotes de emisiones de varios segundos que “se apagan y se encienden de
nuevo en las mismas frecuencias”. La investigadora cifra en algo más de
un 50/50 las posibilidades de vida en Kepler-186f; concretamente, y
aplicando la ecuación que propone en su estudio aún pendiente de
publicación, un 50,3%. Por supuesto, no niega que “algún fenómeno
natural podría mimetizar esta señal”.

(Gráfico de cascada de emisiones de radio de Kepler-186f obtenidas por
SETILive. Las líneas muestran lo que podrían ser señales, según Hontas
Farmer. Imagen de SETILive/Hontas Farmer.)
Cabe preguntarse si no podríamos obtener algo mejor y más
concluyente, pero según los investigadores de SETI el rastreo de señales
de tecnología extraterrestre es la búsqueda de la aguja en el pajar.
Todos recordamos la fuerte e inequívoca emisión captada por los
astrónomos en la película Contact, basada en la novela de Carl
Sagan. Según los científicos, para enviar una señal de esa magnitud se
requeriría una fuente varias veces más potente que el mayor emisor de la
Tierra, el del radiotelescopio de Arecibo en Puerto Rico. Por supuesto
que esto no sería un obstáculo para una civilización más avanzada que la
nuestra, pero existe otro problema fundamental. Dado que Kepler-186f se
encuentra a unos 500 años luz, nuestras primeras emisiones de radio no
llegarán allí hasta dentro de varios siglos. Es decir: ellos,
si existieran, no sabrían que estamos aquí, por lo que no habría ningún
motivo para que enviaran una señal potente en nuestra dirección.
De hecho, y a pesar de lo que imaginó para su ficción, “lo cierto es
que Carl Sagan no esperaba ver una señal tan fuerte; eso solo hace una
buena historia para Hollywood”, señala Farmer a Ciencias Mixtas. La
astrofísica menciona un estudio
que Sagan publicó en 1975 y en el que “argumenta que, siendo realistas,
todo lo que podríamos esperar es una distribución no térmica en las
señales de radio de una civilización inteligente; en otras palabras,
sabríamos que están en el aire, pero sería como tratar de sintonizar una
emisora de radio de 100 vatios desde 10.000 millas de distancia, o
peor”. Después de filtrar el ruido, “lo que queda es precisamente la señal sobre la que escribió Sagan”, arguye la investigadora. O sea, que podemos olvidarnos de las instrucciones para crear la nave que nos desplace a través de los agujeros de gusano.
Mientras Farmer trata de publicar su estudio, lo cierto es que su
optimismo no es compartido por los responsables del Instituto SETI. Shostak
admite que los gráficos de cascada analizados por la investigadora
parecen mostrar algo, pero en su opinión se trata de contaminación
terrestre: “Para ser honestos, vemos ese tipo de emisión todo
el tiempo, debido sobre todo a los satélites de telecomunicaciones. Cada
vez que apuntamos las antenas al cielo, también captamos interferencias
de radio”, precisa el astrónomo a este blog.
Shostak explica que la diferencia entre señales e interferencias es
clara: las primeras solo se detectan al dirigir las antenas al punto
concreto del cielo, mientras que las segundas cubren todo el firmamento.
Según este criterio, prosigue Shostak, “las señales son interferencias terrestres, y este es el motivo por el que no hemos continuado observando”.
“Probablemente Farmer no está familiarizada con estos procedimientos de
búsqueda”, concluye el astrónomo jefe del Instituto SETI. Por su parte,
Farmer confía en que las observaciones continúen para llegar a una
conclusión definitiva. “Para saberlo con certeza necesitamos estudiar
Kepler-186f mucho más de lo que lo hemos hecho”.
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